2020 ha venido para cambiarlo todo. Aún recuerdo lo felices que nos las veíamos en navidades, ajenos a la que se nos venía encima. Comiendo y cenando en familia disfrutando de la calle y de las pequeñas cosas. Y un virus llegó y nada volvió a ser lo mismo.

Por más películas catastrofistas que nos hayamos tragado durante nuestras vidas, la posibilidad de que venga algo tan gordo a trastocar nuestros planes no entra fácilmente en nuestras cabezas. Hasta que inevitablemente se altera nuestro día a día nos sentimos algo así como intocables. Está en nuestra naturaleza. Al fin y al cabo tampoco nos martirizamos porque sí día a día con la posibilidad de poder sufrir una enfermedad grave de repente o quedarnos sin trabajo (salvo, claro está, que nos lo veamos venir por alguna razón).

Pero la realidad es que andamos por una fina cuerda, mirando al frente y obviando el vacío. Pero ahí está, dispuesto a darnos un toquecillo en cualquier momento. Esta pandemia va a hacernos cambiar de verdad. No sé si a mejor, a peor o un poco de cada, pero desde luego yo ya no soy el mismo. Si hace 6 meses me hubieran dicho que hoy no estaría ni pensando en las vacaciones mientras salía de casa con mascarilla y casi 40º, no habría sabido qué pensar.

Para gran sorpresa de todos, nos hemos acostumbrado a la «nueva normalidad» en tiempo récord. Somos seres resignados; resilientes se dice ahora. Y los niños son los que me tienen más fascinado en estos últimos meses. Lorenzo, nuestro hijo, con apenas dos años, no se ha enterado de nada por suerte, aunque su día a día se ha visto modificado totalmente al no acudir a la guardería repentinamente, dejando de ver y estar con otros niños durante demasiado tiempo, viendo como todo el mundo se cubría la cara al salir a la calle, percibiendo comportamientos extraños para él en gente que antes le besaba, abrazaba… (no nosotros, claro!).

Y esto sencillamente me hace pensar que no quiero que sea en vano. Si todo esto va a marcar a toda una generación, ojalá puedan sacar algo positivo de la pandemia. Quizá en forma de volver a apreciar las pequeñas cosas y los pequeños momentos, quizá aprendiendo lecciones de solidaridad y de cómo hay ocasiones en las que debemos anteponer el bien común y remar en la misma dirección. En forma también de energía, que les impulse a luchar por una sanidad digna y preparada y por una ciencia de vanguardia en estos tiempos de antivacunas, terraplanistas y bulos varios.

No quiero que mi hijo se convierta en ese adolescente que veo cada día en las calles sin mascarilla, en grandes grupos, pasando soberanamente de este problema sin saber o querer mirar un poco más allá. Quiero que esta generación COVID o generación coronavirus nos dé mil vueltas y luche por recuperar todo aquello que esta malentendida evolución les está robando.

Ojalá volvamos pronto a la normalidad, la de verdad y podamos contarles reposadamente todo aquello por lo que temimos y todas las cosas que llegamos a anhelar durante el estado de alarma y la «nueva normalidad». De momento nos toca a nosotros impulsar a esta generación. ¡Ánimo a tod@s!